Ni luz artificial, ni solar. Ni subrayadores fosforitos, ni el reflejo de una sonrisa en el mar. Ni si quiera un corazón contento, ni la felicidad en dos miradas a punto de traer una nueva vida. Ni saber lo que quiero, ni dejar de saberlo. Ni si quiera plantearme el amor o el desamor. Eso de que las canciones ya no me recuerden a nada ni nadie. Ni dos labios ni las ganas de morder uno solo. Ni ganar ni perder. Ni si quiera luchar.
Atracción, deseo, compasión o sin pasión. Cariño, roces, suspiros y gestos. No ser capaz de gesticular y escuchar a mi corazón gritando. Que mis oídos oigan el mar a mil kilómetros, rodeado por el zumbido de un viejo amigo contándome una vieja historia. Volver a un pasado que no juré borrar. Y no sonreír ni al recordar cómo le vendí el alma al diablo para que me dejase amarte día tras día. Y cuidarte, y abrazarte. Mirarte desde la distancia. Cómo te alejabas.. con esa sencillez y ese silencio. La brisa sobre tu pelo bastaba. Y observarte al venir, adorar esa pausa que causaban nuestras miradas. Mirar a la pared viendo tus ojos e imaginar en cualquier verde el reflejo de los míos. Huir de la cursilería para caer en lo más romántico del pesimismo, basándome en ideas ilustradas y revoluciones amorosas.
Acercamiento. Necesidad.
Y melancolía. Esa que cada día me acompaña sin encontrar esperanza. Esa que me hace saltar y desplomarme. Que gesticula a través de mis ojos y no es capaz de reflejarse en mis palabras.
(Porque esto no es ni la mitad de lo que siento.)
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