He sido la primera en defender los ideales de otros, la primera en crear un camino en mi vida, la primera en confiar hasta sangrar y la primera en denominarme imparcial. He sido capaz de ponerle un ‘yo’ a mi vida después de llevar varios años viviendo la de otros, encontrando respuestas en sus errores y más tarde aplicándolos a mis acciones para convertirlas en aciertos. He demostrado ser capaz de sentir como todos y querer más que nadie. He fallado tantas veces que no me merece ni hacer la cuenta, y he aprendido tanto de esos fallos que sé convertir mis sonrisas en algo sincero antes que forzado. He llorado, sufrido, experimentado, y demostrado una fortaleza que nunca pensé tener. He creado metas en mi vida, y he definido al ser humano como perfecto sólo cuando es capaz de aceptar su imperfección. He dañado a gente que sólo quería un abrazo, y me he sentido acompañada en el dolor cuando he visto una lágrima. He rectificado, me he arrepentido. He apoyado una tesis hasta no soportarla más y he sido la principal defensora de una igualdad que aún a día de hoy no he sido capaz de implantar en mi vida. He buscado ser libre, y cuando más libertad me han dado, más he necesitado la compañía y preocupación de otros. He buscado y encontrado a gente capaz de convertir el día más triste en uno lleno de recuerdos bonitos, lleno de cariño y miradas que me demostraban acompañarme hasta el fin del mundo. Me he sincerado, y he escondido mis sentimientos bajo llave. Me han roto la coraza, y he salido de ella para dejar de recibir y comenzar a dar sin pedir nada a cambio. He sido capaz de reconocer que dando y consiguiendo una sonrisa de aquellos que quiero es como realmente conseguiré ser feliz. He roto platos, vasos, corazones, deseos, ilusiones, ventanas, puertas… me llegué a romper hasta a mí misma. He sido egoísta, ingenua, y quizá demasiado despistada algunas veces. Buena y mala, la peor y mejor amiga. He aprendido a conocerme a mí misma, a tomarme un momento de respiro y a aprovechar los momentos de soledad como un regalo de la vida. He visto la vida como un regalo, y he convertido mi tan odiosa trayectoria en un acierto. He dejado de lado todo para no hacer nada, siendo vaga, desconsiderada, llamando la atención de aquellos que aún a día de hoy prefieren tener los bolsillos llenos a mi amor. He aprendido a amar a todos esos que ponen lo material en segundo lugar, y que me demuestran día tras día, con enfados, con errores, con virtudes y confianza que cada uno aportamos algo único al mundo, algo lleno de alegría, algo con su propia nota musical… He aprendido a vivir dentro de las canciones, a escuchar las letras y dejar que la brisa baile con la melodía, a que cada una marque un sentimiento, una emoción que recordar siempre que le dé al play.
He aprendido a todo… menos a dejar de tener miedo. A no soportar la idea de que todo esto pueda desvanecerse el día de mañana y vuelva ese sentimiento de soledad que tanto me costó expulsar de mi vida. Miedo a no conseguir la aceptación, a no ser capaz de mirarme en el espejo y reconocerme. Temo tanto a la idea de perderme en una vida sin amor que no soy capaz de querer, ni encontrar a nadie que me de la mano a la hora de salir del armario y amar libremente. Amar a esa persona tan lentamente que me acabe doliendo el alma, y dejar de refugiarme noche tras noche en un cuerpo que me sea indiferente, en un cuerpo que me aporte tan poco siendo tan grande. Y si tengo derecho a pedir… sólo quiero que una mirada me pare el corazón. Que un roce sea capaz de convertirse en mi elixir de juventud. Quiero ser capaz de verme reflejada en ella y ella en mí, amando eternamente la necesidad de besarnos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario